Ni duda cabe que The Substance (Coralie Fargeat) fue una de las películas que protagonizaron la discusión pública sobre cine en el 2024 y las primeras semanas de 2025, siendo estas últimas las que acogen la denominada «temporada de premios» en la industria del entretenimiento. Protagonizada por Demi Moore, esta cinta explora críticamente al mundo de la farándula y el ideal físico y conductual promovido desde la trinchera de Hollywood.

En comparación con ese filme, A different man de Aaron Schimberg tuvo una repercusión mediática mucho más discreta a pesar de compartir semejanzas en los temas abordados. Ambas encaran el condicionamiento de la propia percepción personal sujeta a la dominación de ciertos discursos de índole estético. A diferencia de la película de Coralie Fargeat, que centra su meditación sobre el «ser deseable» desde el mundo del glamour y el jet set de Los Ángeles, Schimberg lo hace desde el polo opuesto; nos sitúa en la crudeza de una vida aparentemente exenta de admirabilidad y ambientada en Nueva York.

Edward (Sebastian Stan) es un hombre adulto que vive solo en su departamento de la Gran Manzana. Su única compañía es la neurofibromatosis que padece, enfermedad que le deforma el rostro de manera brutal y con ello también se ven perjudicadas su autoestima y confianza -en sí mismo y en el mundo-. En pantalla no se revela mucho sobre su modus vivendi, solo se nos presenta que como actor interpreta un efímero papel en un video instruccional sobre la interacción con compañeros de trabajo que sufren de dicha afección. La aparición de Ingrid (Renate Reinsve), una dramaturga en ciernes que se muda al apartamento de junto, representará para Edward una nueva ventana al exterior. Ella se interesa realmente por su persona, no ve en él al depositario de burlas o una fuente que le inspire repulsión, sino alguien a quien conocer y cosas qué contar; es un misterio a revelarse.

La interacción entre ambos desemboca en sentimientos bondadosos del uno hacia el otro, aunque no tan profundos y tampoco muy explícitos. Simultáneamente el protagonista forma parte de una serie de procedimientos médicos de prueba que prometen contrarrestar significativamente el impacto de la enfermedad en su rostro. El tratamiento experimental tiene éxito y Edward se hace poseedor de un nueva cara. Sepulta —o mejor dicho, ‘suicida’— la identidad que había encarnado toda su vida. Su andar por el mundo cambia y de ser una persona repulsiva o repugnante, en el ámbito más superficial, pasa a ser deseable.

El azar y las calles de Nueva York lo reencuentran con Ingrid, que desconoce su anterior identidad, y quien está montando una pequeña obra teatral inspirada en los primeras interacciones que tuvieron previo a la transformación física de Edward. Guy, como ahora se hace llamar el protagonista, se percata que la dramaturga ha «plagiado» su historia para contarla sobre un escenario y percibe en esta serie de acontecimientos un vínculo con su pasado como «indeseable» así como con la persona que lo contempló sin repulsión. Su relación, devenida en profesional y personal -formando un vínculo romántico-, irá estrechándose hasta la aparición de Oswald (Adam Pearson, actor británico que padece neurofibromatosis), un carismático hombre que padece la misma enfermedad y conserva la deformación en su rostro. La irrupción de este en el mundo de Guy se convierte en un obstáculo en su afán de volver a conectar con su pasado como Edward así como para continuar su vinculación personal y profesional con Ingrid.

Oswald, aún con su rostro deforme, se revela como lo que Guy/Edward no pudo ser: extrovertido y sin miedo a desenvolverse en el mundo. A pesar de ahora tener un rostro deseable, el protagonista sigue recluido en la prisión de sus miedos, inseguridades y prejuicios sobre sí mismo. El cambio de faz no lo ha hecho deseable. La cinta en este punto explora a dos personajes: uno que cambió en apariencia pero no en los rasgos estructurales de su ethos, y a otro que hizo de la conducta y amor por la vida su vía de escape a la trampa de la validación estética. En otro nivel hallamos a Ingrid, dispuesta a renunciar a las convenciones estéticas dominantes en afán de construir vínculos significativos y que al mismo tiempo está dispuesta a apropiarse de una historia que no es la de ella.

La cinta pone en escena el papel de la convicción, la libertad y el carácter como herramientas para superar aparentes determinismos, en este caso de índole biológica, a través de una representación idealizada en el personaje de Oswald. En contraste, Edward encarna las consecuencias de un mundo severo con quienes no logran insertarse en los parámetros estéticos de lo deseable. El filme también nos invita a ponderar moralmente el actuar de Ingrid, quien se adueña de una vida de soledad y dolor con el fin de representarla en el escenario. La reflexión que propone Schimberg puede ampliarse hacia otras formas de determinismo, como el económico, que puede ser tan devastador para el alma humana como la fealdad más explícita.