Un potencial triángulo amoroso es, en cuestiones sentimentales, una «situación límite» que representa una prueba tanto para la libertad como para la conciencia y compromiso moral de una persona. Esto, siempre y cuando los involucrados asuman que la monogamia es la estructura de relación amorosa deseable para sí mismos. Ira Sachs plasma en pantalla un conflicto de esta naturaleza, narra dos encrucijadas: una entre el placer y el deber y otra entre tomar/poseer y el dar/darse.

Passages nos presenta a Tomas (Franz Rogowski), un meticuloso cineasta alemán radicado en París; en la capital francesa vive con su esposo Martin (Ben Wishaw). La continuidad de este matrimonio se pone en duda (y a prueba) debido a la aparición en sus vidas de Agathe (Adèle Exarchopoulos), una maestra de educación básica. En un primer encuentro, ella y el director descubren cierta química entre los dos al momento de bailar en una fiesta donde celebraban el fin de las filmaciones de la última cinta de Tomas. La comunión lograda al ritmo de la música se extiende por la noche parisina y deviene en deseo sexual que satisfacen en el after que se lleva a cabo en el departamento de una conocida de ambos.

Para Tomas esto representa un redescubrimiento ya que se asume homosexual y a raíz de la intimidad con Agathe lo invade la confusión. Martin, por su parte, desde el instante en que se entera que su pareja sostuvo relaciones con una mujer sabe que su matrimonio ha sido trastocado. La historia en un primer nivel puede leerse como la búsqueda de claridad por parte de un hombre dubitativo de su sexualidad, no obstante, asumo que la orientación del protagonista pasa a segundo plano. La película constituye un relato sobre una persona que se entrega a la búsqueda del placer, y a la satisfacción de sus propias necesidades en detrimento de cualquier clase de compromiso. Es posible detectar que en esta cinta el conflicto central radica en una disyuntiva entre lo que Kierkegaard ha denominado estadios estético y ético.

Cuando el rompimiento del matrimonio está encaminado, una de las partes, Tomas, exige comprensión y apoyo por parte de Martin para poder hacer frente a su situación emocional y no se ve una intención recíproca; es egoísta. Incluso en la definición de los términos de la separación mantiene esta actitud al no ceder en la intención de su pareja de vender una propiedad que ambos comparten. Aun cuando el propio Tomas se ha mudado con Agathe sigue regresando a su antiguo hogar con naturalidad, sin contemplar las necesidades y sentir de su ex compañero. El protagonista solo busca tomar de los demás.

El nuevo vínculo de Agathe y Tomas resulta, cuando menos, opaco. Hay enorme deseo sexual entre ambos, no obstante ella a pesar de saber desde el principio que Tomas y Martin son pareja, en ningún momento se detiene a cuestionar (o cuestionarse) con rigor que está siendo cómplice de alguien que abiertamente y sin tapujos se encuentra rompiendo un compromiso. Tampoco se detiene a meditar sobre lo que Martin puede estar viviendo, simplemente se da al placer.

Cuando la nueva pareja ha comenzado su andar juntos, el patrón se repite pero ahora de forma inversa, Tomas recurre a Martin en busca de consuelo o apoyo y una de sus visitas a su antiguo hogar termina en un encuentro sexual. La película no manifiesta cuáles pudieron ser aquellos acuerdos previos bajo los que se construyeron el matrimonio entre Tomas y Martin o la nueva relación con Agathe, sin embargo podemos encontrar que a pesar del aparente liberalismo o progresismo de los personajes, se encuentra arraigado en ellos cierto anhelo por estructuras o relaciones más tradicionales, convencionales o incluso conservadoras. Los tres buscan construir una familia y, por lo menos Martin y Agathe, relaciones monógamas.

Ese ping-pong romántico en el que se inserta Tomas por voluntad propia finaliza con el que para él es el peor de los escenarios: sus dos «parejas» se distancian de él, lo desprecian y rechazan la instrumentalización que hizo de ellas. Para el protagonista ambos eran depositarios de sus emociones, palabras y lujuria. Buscaba placer en una mujer y en un hombre, intelectual y carnal, pero sin comprometerse con ninguno a un encuentro pleno. Passages manifiesta en la pantalla de manera muy cuidada ese vivir en el estadio estético kierkegaardiano, donde se existe para la satisfacción de ciertos apetitos y solo se ve a los demás sin contemplarles, donde son un medio para alcanzar un fin.