La obra de Luis Estrada (Ciudad de México, 1962) se ha convertido en un termómetro político que a través del cine y en concreto de la sátira enjuicia lo que a consideración del director, productor y guionista son aquellos temas sobre los que, como nación, merece discutir.
¡Que Viva México! es la quinta entrega de estas reflexiones caricaturescas que tras La ley de Herodes (1999), Un Mundo Maravilloso (2006), El Infierno (2010) y La Dictadura Perfecta (2014) confeccionan un álbum político del fin del siglo XX mexicano y lo que ha transcurrido en el XXI.
Cada parte de la ahora pentalogía política de Estrada se lanza en el momento en que están sucediendo los hechos que pretende abordar. El Infierno, por ejemplo, se estrenó cuando la violencia por la guerra contra el narcotráfico se volvió el gran tema de debate nacional, haciendo incluso pasar al Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución como efemérides anecdóticas en aquel 2010.
Un par de años después de la elección presidencial del 2012, cuestionada por el papel de los medios en ella y la relación de estos con el poder político, llegó a los cines La Dictadura Perfecta; lectura de lo que a juicio del cineasta es una degeneración del oficio del comunicador y los medios en general.
¿En qué momento se lanza ¡Que Viva México!? En el último tramo de un gobierno reformista que fue electo después de más de tres décadas en Los Pinos de neoliberalismo a la usanza de Ronald Reagan y la tecnocracia. Por ahí tiene que empezar a leerse esta cinta.
Pancho Reyes (Alfonso Herrera) es un ingeniero de clase media-alta que gracias al apoyo de su abuelo (Joaquín Cosío) pudo abandonar La Prosperidad, un pueblo minero del norte de México sumido en la precariedad, para dedicarse al estudio y tener una satisfactoria vida profesional. Vive con su materialista, superficial y clasista esposa Mari (Ana de la Reguera), sus hijos Cati (Mayte Fernández) y Toni (Rafael Camarena) además de su empleada doméstica (Sonia Couoh).
Un día es contactado por su padre (Damián Alcázar) quien le informa sobre la muerte de su abuelo y le pide con urgencia que vaya a La Prosperidad ya que el testamento del difunto no puede ser leído ni reclamado sin su presencia, además de haber sido la última voluntad del fallecido que su nieto estuviera presente en el funeral.
En primera instancia el protagonista se niega a volver a su localidad de origen ya que considera que ni este sitio ni su familia tienen algo que ofrecerle. Sólo ante la posibilidad de heredar algo de su abuelo decide emprender el viaje acompañado de su esposa, hijos y empleada doméstica.
Una vez en su destino, se propicia un choque cultural entre las dos familias de Pancho Reyes, la sanguínea por un lado y la elegida por el otro. La primera es pintada como un grupo de pueblerinos maleducados en tanto la segunda es habitante de una burbuja social que destila la peor prepotencia, clasismo y racismo. Una vez leído el testamento, se desatan más conflictos entre los dos bandos y demás personajes que se aparecen en la historia.
La película hace mofa, al particular estilo del director, de todos los agentes sociales que se representan en ella, sin embargo es particularmente despiadada con los más desfavorecidos, a quienes se les pinta como abusivos, pedigüeños, mantenidos e incapaces de tomar con sus propias manos las riendas de su destino. Asimismo hay una fuerte crítica al ser del mexicano «jodido» como envidioso de aquel que ostenta éxito, peor aún, si no puede superarse en la vida, no deja que otro lo haga.
De acuerdo con algunas entrevistas, Luis Estrada pretende abordar de manera crítica la polarización que vive el país a causa de disonancias ideológicas. En esta ficción queda insinuada más como un resentimiento de los desposeídos hacia los que se han beneficiado del orden social, cayendo el director en un estrepitoso lugar común más propio de un reaccionario que de un crítico del sistema.
Es preciso recordar que la polarización que Estrada, también guionista del filme, pretende exhibir no es un fenómeno gratuito producto de simples discordancias en el ámbito político o moral, sino que existe ya que los intereses entre distintos grupos sociales son antagónicos y por lo tanto existirá un conflicto. Esto en teoría marxista se llama lucha de clases, pero se le puede poner cualquier otro título.
En la película son recurrentes las referencias al lenguaje político propio del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y del movimiento que encabeza autodenominado La cuarta transformación. Insertadas como parte de los diálogos entre personajes, todas estas referencias al régimen actual se sienten colocadas con calzador y a la fuerza dentro de la trama, sin alguna coherencia orgánica dentro del contexto y la historia.
Estrada ha sido categórico al afirmar que él «critica parejo» a todos los actores políticos de México. A lo largo de casi un cuarto de siglo que lleva narrando con sátira su visión de México nos ha dicho aquello que no le gusta de la realidad nacional, sin embargo al día de hoy, no nos ha contado cinematográficamente qué es lo que sí defiende.
El gobierno de López Obrador, régimen político en el que se centra el filme, pertenece al reformismo y a pesar de los límites de este como movimiento para transformar sociedades (las latinoamericanas en particular), no es de ninguna forma equivalente a los autoritarismos de derecha o a los gobiernos de orden neoliberal que buscan el desmantelamiento de la propiedad pública en detrimento de la privada. Asumir que es lo mismo votar por un Lula o Bolsonaro (usando el ejemplo brasileño) solo nos puede llevar a un peligroso nihilismo donde la fuerza más reaccionaria es la única que se beneficia.
Las cuatro anteriores cintas de Estrada tienen muy marcado el fenómeno político al cual satirizan: El Priísmo como praxis política, el modelo neoliberal, el narcotráfico y los medios de comunicación como poder burgués. ¿Qué es lo que pretende criticar ¡Qué Viva México!? No queda muy claro.
Es solo nihilismo lo que se manifiesta en esta obra, a falta de un fenómeno concreto sobre el cuál volcarse. Al pretender ser crítico de todo, como si ese todo fuera en la realidad homogéneo sin matices, Estrada se ha convertido en un crítico de la nada.
