Allá va de nuevo el balompié nacional, a estrenar una vuelta más en el círculo vicioso que representa su existencia. El nombramiento del argentino Diego Martín Cocca como nuevo estratega tricolor ha venido acompañado de eufemismos por parte de los dirigentes de la Federación Mexicana de Futbol que prometen “apoyar” y “trabajar juntos” en busca de los objetivos que pretenden alcanzar.
La nacionalidad del nuevo entrenador ya ha empezado a sacar a flote el chauvinismo de muchos mexicanos apelando al escudo en el pasaporte del DT, que al ser similar al de su antecesor – Gerardo Martino, a quien se le responsabiliza en buena parte el fracaso en Catar de hace unos meses – lo hará blanco receptor de despiadadas críticas carentes de racionalidad y repletas de bilis.
Algunas voces en la inmunda prensa nacional ya han cuestionado la decisión de la Federación. Un grupo ha vilipendiado sus planteamientos tácticos, otro ha hecho lo mismo pero haciendo énfasis en la forma como alcanzó sus más importantes éxitos, es decir, sin tener en los futbolistas mexicanos a piezas importantes o como “base” del Atlas monarca del futbol nacional.
Por su parte, algunos más ya han hecho una crítica más incisiva en la forma por la cuál se designó a Cocca como Director Técnico del equipo nacional, subordinándose a uno de los dueños del futbol nacional, en concreto refiriéndose a Alejandro Irarragorri.
Queda claro que hacer campeón dos veces al equipo rojinegro tiene un mérito enorme y es un antecedente que habla bien de quien lo ostenta, sin embargo el reto de convertir a la Selección Mexicana de Futbol en una escuadra competitiva, al nivel de las mejores del mundo, es una tarea que no pasa por alinear a determinados futbolistas o escoger algún planteamiento en concreto.
Este deporte a nivel nacional vive una realidad con la que Cocca no va a poder lidiar satisfactoriamente y es la siguiente: Tanto el futbol mexicano en general, como la Selección Nacional en particular, son despreciables en muchos aspectos, casi en cualquiera. Carecen de dignidad.
¿Los clubes? Son despreciables ¿Los dirigentes? Más aún ¿La afición? En varios sentidos lo es también ¿Los futbolistas? Desde luego ¿La prensa? Indudablemente.
En primer orden quiero empezar por los equipos. ¿Qué los hace ser un ente vomitivo en comparación con lo que se puede apreciar en otras partes del mundo? La razón primordial de este hecho es que no son organizaciones que pretendan comunión social y menos aún la formación de seres humanos integrales que a través del deporte busquen la realización en su vida. ¿Qué son entonces? Simples apéndices en grupos empresariales cuyo fin es generar lucro.
Televisa se adueñó del América con ese fin, Grupo Salinas (TV Azteca) lo hizo en primera instancia con el Veracruz y después con Morelia y posteriormente Mazatlán. Femsa lo replicó con el Monterrey y un consorcio encabezado por Cemex tomó control de Tigres. Omnilife bajo mando de Jorge Vergara lo llevó a cabo con el Guadalajara.
Con metodología distinta pero objetivo similar actuó, por ejemplo, Grupo Caliente (Tijuana) quienes fundaron un equipo como negocio paralelo al de las apuestas. Casi no hay equipo en México que escape a los tentáculos de la corporativización con fines estrictamente monetarios. El futbol como lo conocemos nació de la organización para recrearse y generar identidad entre los miembros de una fábrica, barrio, ciudad, etc. ¿Quién podría identificarse con una televisora, cervecera o una empresa de suplementos alimenticios de propiedad privada?
Este futbol nuestro aspira a parecerse a la NFL o la NBA, ser un sistema de franquicias donde los más acaudalados ciudadanos posean una que les permita generar ingresos y, si esto va bien, divertirse como beneficio adicional. Están montando un circo romano donde los gladiadores no mueren devorados por leones, pero si son exprimidos en pos de vender publicidad o un espectáculo asqueroso pero muy redituable en la televisión.
Esto nos lleva al segundo punto despreciable de este balompié nuestro de cada día: Dirigentes. Los dueños del balón son un grupo de oligarcas más o menos grandes con alguno mediano o pequeño metido por ahí. Las decisiones tomadas están encaminadas a incrementar las arcas de la empresa y la billetera. Se apoderaron de instituciones que nacieron de la organización social y le extrajeron cualquier grado de nobleza al deporte más hermoso del mundo.
Los clubes son poseídos por pequeños dictadores quienes bajo el eufemismo de empresarios delegan a una burocracia palurda e ignorante la gestión del negocio. Empoderados, no solo se hicieron con la mayoría de los equipos nacionales, sino que administran también a quien debería regularlos, la Federación Mexicana de Futbol, a través de una hidra llamada Asamblea de Dueños.
Casi cualquier federación en el mundo elige a su cabeza por la vía democrática, en México un grupo de oligarcas se junta y designa a un “chalán” para operar este “bisne”. Ahí entran nombres como Yon De Luisa, Justino Compeán. Decio de María, Enrique Bonilla o Mikel Arriola, personajes ligados a la alta burocracia mexicana (pública o la privada) que en este país solo han servido a la clase dominante.
Entre los candidatos con los que Cocca compitió para hacerse del banquillo nacional figuraba Miguel Herrera. ¿Acaso nadie recuerda por qué lo corrieron del cargo en primera instancia? ¿No se les vino a la mente que tuvo que ser despedido después de golpear en un aeropuerto extranjero a un comunicador? Con semejante antecedente y en un país con documentada violencia hacia los periodistas ¿Aún así lo contemplaron para devolverle el puesto? Ni duda cabe, o los dirigentes tienen amnesia o son indiferentes a la realidad nacional.
Los futbolistas como tercer tentáculo en este pulpo abominable son en parte víctimas de esta nefasta consideración carente de respeto por el juego. Quien tiene el sueño de jugar a la pelota se ve obligado a vender su alma a un grupo de empresas que los forman en lo técnico, pero que se abstienen de cualquier alimentación humanística, por ejemplo, no les enseñan qué significa portar un escudo con el que millones de seres humanos pueden sufrir o disfrutar.
Esto mismo lleva a que solo vean este deporte como “un trabajo” y como tal andarán de aquí para allá buscando quien les pague mejor por realizar cierta chamba. No hay compromiso social, no hay nobleza, lo único que hay es una abrumadora necesidad de ganar dinero; cuanto más, mejor.
Y ahí vemos cada cierto tiempo a alguno que destaca, se va a Europa y si no le va bien tiene las puertas abiertas para forrarse en billetes en algún club de este país. Jugar contra los mejores futbolistas del mundo en un equipo mediano no es atractivo para la mayoría porque en México la paga lo compensa. Jugar en equipos pequeños o medianos del Viejo Continente no implica morirse de hambre, sin embargo parece que así lo ven nuestros deportistas.
No es necesario nombrar a las tres grandes potencias de Sudamérica (Argentina, Brasil y Uruguay) quienes tienen futbolistas repartidos por toda Europa; Colombia o Chile exportan más futbolistas que México y sus resultados están a la vista, tienen selecciones más competitivas que la mexicana. Sus futbolistas tienen en la cabeza otra cosa además de aspirar a ganar dinero.
La prensa se añade a este ente de basura que cubre y corroe nuestro futbol. Es un caleidoscopio de lugares comunes, personajes estrechos de mente y juicios vacíos que nunca se propone cambiar las condiciones que de raíz asolan a este deporte. Hemos escuchado que se critican constantemente asuntos como la multipropiedad de equipos por parte de un solo dueño, sin embargo nunca han mencionado palabra alguna en contra de la propiedad en sí, que es el régimen que tiene a nuestro futbol convertido en un producto chafa y prescindible con el cuál es fácil entretenerse (a veces) pero casi imposible identificarse.
Por último se presenta la afición, víctima y cómplice de la putrefacción. Víctima porque accede sin chistar a lo que le presentan, un espectáculo para mantenerlo pegado al televisor y venderle mercancías variadas. Cómplice porque es un sujeto pasivo que no hace nada por cambiar su situación de simple consumidor, un ente alienado que fue despojado del futbol para que un grupo de potentados posteriormente lo dominen a través de él a su antojo.
Esta misma aspira a que su equipo, la Selección Nacional, gane todo lo que las grandes consiguen pero no han estado nunca dispuestas a hacer lo que la afición en otras partes del mundo hace, participar activamente en la gestión de este deporte.
Diego Cocca tiene que lidiar con este panorama, da igual si Héctor Herrera bajó su nivel desde que salió del Atlético de Madrid, si Raúl Jiménez no se ha recuperado al 100 por ciento o si Guillermo Ochoa se come 3 goles por partido en Europa.
El problema de nuestro futbol está en su organización, lo que altera sus fines y los medios por los cuales se accede a ellos. En que es un régimen dictatorial con miras a la captación de ingresos, que no forma futbolistas en tanto seres humanos y se abstiene de integrar a los aficionados en su estructura y operación. A su vez la prensa es un cómplice que solapa al no señalar las causas concretas de este actuar.
La solución pasa por recuperar el carácter social del futbol nacional, con democracia y participación de las masas como régimen para que surja una posterior identificación plena y activa para que los clubes sean eso y no vulgares franquicias. En pocas palabras, devolverle la dignidad al futbol mexicano.
