El 2022 ha terminado el sábado en Monterrey. La eliminación en cuartos de final trajo consigo un nuevo tropiezo, a diferencia de los dos torneos anteriores, este tiene una sensación menos amarga. Si fuera un boxeador, Cruz Azul habría perdido por decisión unánime y no por nocaut como ocurrió en noviembre de 2021.
En esta ocasión, durante 180 minutos intentó golpear al rival y no pudo, estuvo cerca de hacerlo con firmeza, pero el púgil rival esquivó la metralla cementera de principio a fin. En cambio, Monterrey pegó en el cuarto round y en el décimo segundo remató a placer a un peleador aguerrido pero impotente.
Cruz Azul cayó con la cara al sol, pero sin hacer daño. Trató y no le salió, ganas no faltaron mas si capacidad. Ahora toca colocar en la balanza al año en curso, que dejó un trofeo casi por azar y una marea incesante de incertidumbre y pésimas decisiones.
Después del mazazo que implicó caer goleados ante el mismo Monterrey en Concacaf y en Liga hace un año, todo se encaminó a una reestructuración de la plantilla bajo el mando de Álvaro Dávila y Juan Reynoso. Con un equipo renovado se comenzó con buenos bríos el 2022, sin embargo al poco tiempo la locomotora se descarriló en diversos frentes.
Primero en el administrativo con el despido de Dávila y su equipo de trabajo, después en lo deportivo cayendo ante Pumas en Concacaf y Tigres en el torneo local, esto al final derivó en que el maquinista de la novena se marchara en malos términos con la dirigencia.
El relanzamiento del proyecto Reynoso terminó en naufragio a pesar de las buenas sensaciones iniciales y hubo que empezar a construir de nuevo. Trajeron un DT experimentado, sin embargo la abominable y bochornosa gestión dirigencial del verano se reflejó en el campo y tuvo su punto más bajo en aquella noche de agosto en que nos metieron siete.
Obra de la casualidad, Raúl Gutiérrez consiguió levantar al equipo para finalmente hacer un papel decoroso, sin embargo nos encontramos en el mismo punto que hace seis meses, en plena reestructuración y sin un panorama fijo de hacia dónde nos dirigimos.
Parece que Víctor Manuel Velázquez y quien lo asesore apostarán por el Potro para sacar adelante este proyecto que hoy está más desarmado que hace meses cuando llegó Diego Aguirre… lo cuál es mucho decir.
La continuidad de muchos futbolistas está en duda, ya sea porque no les renovarán contrato, no comprarán sus pases a los clubes dueños de los mismos o bien algunos pueden salir porque su interés es marcharse del equipo. Al día de hoy se desconoce si Luis Abram, Ángel Romero, Uriel Antuna, Charly Rodríguez, Iván Morales, Michael Estrada, Cata Domínguez, Alejandro Mayorga o Rafael Baca estarán entrenando en enero en La Noria.
Hace unos meses se tenía una base que solo requería reforzar cuatro posiciones: extremo izquierdo, centro delantero, lateral izquierdo y defensa central. La historia es bien conocida, la dupla dirigencial Velázquez-Ordiales fue incapaz de conseguir esas incorporaciones en tiempo y forma. Ahora sin Jaime, Víctor Manuel tiene que encontrar alguien con quien hacer mancuerna para encontrar todos esos refuerzos que hagan falta.
Es precisamente encontrar esa pareja que acompañe al Presidente del Consejo de Administración el hecho fundamental del que depende el andar de Cruz Azul para el año próximo. Quien sea el elegido tiene en sus manos el componer lo que se averió desde aquella mañana de febrero en la que nos enterábamos sin dar crédito que Álvaro Dávila no podía ingresar a La Noria a trabajar.
En sus manos estará suplir las bajas de quien se marche, tratar de mantener a los jugadores importantes, concretar ventas con el mayor beneficio posible para el club y buscar quién se encargue de una maldita vez de las divisiones inferiores (recordemos que Raúl Gutiérrez estaba encargado de esa tarea). A ello se suma el seguir fortaleciendo a la rama femenil.
El 2021 había, en apariencia, otorgado estabilidad a Cruz Azul cuando apareció el 2022 y nos regresó de una cachetada al suelo. Esperemos que el 2023 sea, por lo menos, un poquito mejor.
