Si, después que yo muera, se quisiera escribir mi biografía,
Nada sería más simple.
Exactamente poseo dos fechas -la de mi nacimiento y
la de muerte.
Entre una y otra todos los días me
pertenecen.
– Fernando Pessoa
La vida de cada ser humano tiene dos fechas determinantes, las de nacimiento y muerte, las de inicio y fin, las de bienvenida y despedida. El día que llegamos al mundo a través de un parto es el más significativo que poseemos mientras estamos vivos, lo conmemoramos cada año y somos por esas 24 horas, aunque solo en nuestro pensamiento, el centro del mundo para nosotros y con suerte para tantos seres queridos más poseamos.
Es tan importante que forma parte de nuestra identidad o documentación durante los pocos o muchos años que deambulemos por la vida, para aquellos quienes creen en la astrología este día define nuestras cualidades, defectos, comportamientos, etc. Yo no sé cómo puede variar el temperamiento de una persona por el hecho de nacer en abril o diciembre bajo sus respectivos signos de Aries o Piscis, pero hay quien sí lo considera parte de su vida.
Por costumbre se solía bautizar a los niños en honor del santo del día en que le haya tocado nacer. Si nació en día de San Miguel, pues Miguel se llamará el crío; si llegó al mundo en 12 de diciembre y es niña, Lupita será denominada la infante. Miles y miles de personas se llamaron de una forma porque su alumbramiento coincidió con la veneración de algún santo.
No elegimos voluntariamente cuándo nacer, ni dónde, ni bajo cuáles circunstancias sociopolíticas, económicas, sociales, religiosas, etc. Solo nacemos y nuestro entorno nos moldea mientras aprendemos valernos de nuestra razón para poder desempeñarnos en la vida o modificar nuestra realidad por cuenta y voluntad propia. Nuestro nacimiento y sus circunstancias son un acontecimiento contra nuestro libre albedrío.
La otra fecha determinate de nuestras vidas es mucho más interesante, la de nuestra muerte. De entrada siempre tenemos la alternativa de acceder a ella por iniciativa propia, si un día estamos hartos de vivir podemos ponerle fin a nuestro andar por el mundo, y si bien como seres mortales estamos expuestos a que la vida se nos corte en cualquier instante, la posibilidad de cambiar algunas circunstancias de nuestra muerte existen.
La Covid-19 se ha llevado a más de 5 millones de personas en el mundo y desde que empezó el brote de esta enfermedad en China la muerte se ha vuelto un asunto de interés diario para todo el mundo, sin embargo todos los días a cada minuto en cualquier rincón del planeta alguien se muere, con o sin pandemia.
En ningún momento de la parte más álgida de esta emergencia global temí por mi vida, en primera instancia porque nunca me enfermé a pesar de haber sido diagnosticado en diciembre del año pasado con cierta debilidad en el sistema inmunológico (que ya se corrigió), pero más importante aún porque llevo años consciente de que la muerte estará un día ahí para llevarme, no sé en qué momento ni bajo cuáles circunstancias, pero ahí estará.
Además de esa conciencia por mi finitud, le temo más a tener una existencia alejada de mis metas, sueños e ideas que a la propia muerte, entonces este grado de tétrica madurez me ayuda a tener cierta paz en el alma.
Y aquel día en que llegue el momento de no seguir más en la Tierra me gustaría que fuera totalmente distinto al día en que nací, ya que en aquel entonces no pude elegir fecha, familia, país, condición social o apariencia física. Quiero tener por lo menos la facultad de escoger cómo irme y cómo me recuerden.
En mi funeral quisiera que el ataud esté cerrado y sobre él se coloquen tres banderas: la de la Ciudad de México, una roja comunista con la hoz y el martillo, y la del Cruz Azul. No quiero música sacra, me gustaría que se tocara en aquel momento A Whiter Shade of Pale de Procol Harum además de Reflections of my Life de Marmalede mientras me hallo acostado adentro de ese cajón ataviado con un traje color negro, camisa blanca de mancuernillas, pañuelo negro en el saco, fistol y corbata con colores que aún no decido.
Sería soberbio de mi parte exigirle a los demás que se abstengan de derramar lágrimas o sollozos, en primera porque nadie tiene la certeza de saber cómo será recordado cuando no esté y puede que haya cultivado una vida que se traduzca en que no asista nadie al velorio, eso lo desconozco. Todas esas acciones que los demás tienen para nosotros en la muerte son definidas por el cómo actuamos cada día de nuestras vidas en todos los aspectos y no controlamos la retroalimentación.
Me gustaría ser enterrado y sobre mi sepulcro que se plante un roble que proporcione sombra y refugio a los animales. Si hay epitafio que lo redacte mi mejor amiga y si a ella no se le ocurre algo que escribir, pues pueden poner una hoz y un martillo, una estrella de cinco puntas y escribir lo siguiente:
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Ricardo Miguel
Pérez Yarza
(13-06-1988 – XX-XX-XXXX)
Comunista. Si cambió al mundo se da por bien servido; si no lo consiguió se le fue la vida en el intento. Amó a la Ciudad de México y se identificó siempre con la clase trabajadora.
No escribo esto en afán de ser dramático o fatalista, sino que estoy convencido que muchas veces no podemos vivir como quisiéramos todo el tiempo y empezando por nuestra concepción estamos sujetos a ciertas situaciones aleatorias, y peor aún, a determinismos (principalmente el económico) que limitan nuestra movilidad existencial, por ejemplo: con extrema dificultad un pobre que vive en la precariedad o la indigencia puede abandonar esa situación aunque no quiera vivir así.
Bajo el paradigma del sistema social capitalista, la vida humana en general, es decir el conjunto de relaciones sociales existentes, funciona de tal forma que solo una minoría ínfima puede vivir como quiere, entonces propongo que por lo menos la muerte sea apegada a nuestro deseo en el mayor grado posible.

