Mi relación con Cruz Azul es peculiar, el club ha estado presente en cada etapa de mi vida sin que me lo haya propuesto así y con el pasar de los años aprendí a identificarme con este equipo de forma cada vez más intensa. Alcanzó un punto especial este 30 de mayo de 2021 que culminó con mi persona gritando como desquiciado a través del quemacocos de un FIAT 500, regalando cervezas a desconocidos, shots de ron Havana Club y de tequila sobre Paseo de la Reforma.
Ahora que por fin rompimos la racha maldita sin campeonatos de liga que duró 23 años, cinco meses y 23 días puedo de alguna forma recapitular con gusto y no con la desilusión de las derrotas lo que he pasado al lado de este club.
Para empezar, de Cruz Azul yo me hice solo, ninguno de mis padres (una especie de agnósticos futboleros), tíos, abuelos o primos me inculcó el apego por este escudo. Un día entre 1993 y 1995 me encontré una gorra del equipo en la sala de mi hogar y decidí que ese iba a ser mi club. No sé como llegó a mi casa o quién la llevó, pero desde entonces decidí abrazar esos colores, aún sin que yo viera partidos regularmente en la tele y solo siendo asiduo espectador de los Supercampeones (Captain Tsubasa).
Yo no sabia que para entonces el equipo ya traía una sequía de década y media porque cuando eres niño o niña te importa ver a tu equipo jugar, ganar es sólo un extra. Estando en la primaria me tocó un ambiente futbolero bastante plural, había niños de América, Atlante, Necaxa, Pumas, Guadalajara, Santos y yo era el del Cruz Azul. Eran los años buenos, salimos campeón en el 97 y llegamos a una final en el 99.
Durante esta época tuve la ilusión por ir al Estadio Azul pero mis padres nunca me llevaron, no les mueve nada el futbol, ni lo más mínimo siquiera como para ceder y haberme hecho feliz una tarde de sábado a las 5 pm en la colonia Ciudad de los Deportes.
El paso a la secundaria implicó una redicalización en mi yihad futbolera porque en la escuela las burlas se hacían recurrentes cuando el equipo de alguien perdía. Recuerdo que mi compañero de salón Avelino, el teacher Jorge de inglés y uno de los profesores de educación física eran de Cruz Azul también. Fue la época en la que llevaba tarjetas de los jugadores como el Conejo Pérez o Palencia en la cartera ya que eran los días en que jugamos esa copa Libertadores donde estuvimos a nada de ganarla en Buenos Aires vs. Boca Juniors.
En esta época empecé a construir cierta amistad con un americanista, él resultaba insoportable cuando se trataba de charlar sobre su equipo amarillo, después me di cuenta que era insufrible cuando hablaba en genreal de cualquier cosa, pero mientras fue mi amigo no me percaté de ello.
Él siempre decía que la liga mexicana le quedaba pequeña al Ame a pesar que para ese entonces acumulaban 12 años sin ganarla. Asimismo fue el artífice de mi odio deportivo a los de Coapa a raíz de un suceso. Una tarde después de clases «me puso» para que me robaran, en otras palabras organizó una especie de chanchullo para que un compañero suyo me robara unos juegos de PlayStation 2 y de PC que traía en la mochila.
A partir de aquel entonces para mí ganarle al América significó un poco de justicia porque sé de su devoción por el equipo azulcrema, entonces cada victoria azul sobre ellos empezó a representar una pequeña reivindicación en nombre del Ricardo niño-adolescente al que lo despojaron de sus videojuegos, que para ese entonces me habían costado mucho dinero de acuerdo con lo que recibía de mis padres y abuela.
Justo en esos meses fue la primera vez que pude ir a un partido. Ocurrió el 4 de mayo de 2003 y no fue en el Estadio Azul, sino en el Azteca. Asistí a un América – Cruz Azul que ganamos de 1-3 junto a mi mejor amigo, su hermano y mi primo. Iba yo ataviado con una camiseta de la AS Roma porque mi mamá me sugirió que no vistiera de Azul para evitar cualquier altercado con los americanistas.
Tarde exquisita la de ese domingo, colocado atrás de una de las porterías del Coloso de Santa Úrsula junto a una barra cruzazulina llamada Juventud Eterna, que recuerdo muy bien, en sus camisetas traían impresa una esvástica. Una estupidez, pero en aquel entonces se me hizo pintoresco. Aquella sería la última victoria de Cruz Azul ante América hasta el 2010 y sin saberlo yo la había visto.
Mi primera vez en el estadio Azul fue el 19 de mayo de 2004. Había quedado de ir con mi mejor amigo pero me dejó plantado, entonces me agarré de valor y fui solo a ese juego de reclasificación vs Pachuca. Una semana después volvimos a quedar en ir él y yo y me volvió a plantar. De nueva cuenta fui solo pero ahora no encontré boletos, entonces decidí regresar a mi casa y me puse a ver la final de la UEFA Champions League entre Porto y Mónaco.
A partir de aquel entonces empecé a hacerme más asiduo al estadio y desde julio del 2005 ya era el estadio Azul mi segunda casa, no me perdía un solo juego de local y cuando tocaba visitar el Azteca ahí andaba yo por supuesto. Fui también al Nemesio Diez y al Jalisco a partidos vs Toluca y Guadalajara aunque los viajes resultaban incómodos al lado de La Sangre Azul, después de todo, antes que ir a echar desmadre, yo iba a ver a mi equipo.
En esos días hice varias visitas a la Noria y llegué a subirme a los techos de los mausoleos del cementerio contiguo para ver el entrenamiento de primer equipo en la cancha principal y saludar a la distancia a los futbolistas que de lejos te saludaban.
Para ese entonces ya se hablaba de los constantes «fracasos» de Cruz Azul, sin embargo cada torneo nuevo era una esperanza reluciente de por fin salir campeón. Las 2 finales de 2008 y la de 2009 dolieron pero en específico las de Toluca y Monterrey me significaron algo especial más allá del resultado. Ambas las vi con mi mejor amigo y la pasé bien estando con el frente al televisor, yo no sabía en aquellos que esas serían de las memorias más preciadas que atesoro de una persona que, caprichoso destino, no está más.
Entrado a la licenciatura noté que casi todo el ecosistema de periodistas en formación de la Carlos Septién García era puma, y si detesto a una afición es a la del Pedregal, son más insoportables que los americanistas pero sin los méritos deportivos para ser así de arrogantes. Lo que más me fastidiaba es que muchos de sus aficionados no siguen para nada el futbol y menos a su club, pero son campeones son los primeros en salir del clóset directo a la calle o ir a la escuela con la camiseta bien puesta.
Ahí en la Septién conocía quien al día de hoy es mi mejor amiga y mano derecha en la vida y también es de Cruz Azul, su papá la hizo cementera gracias al destino. Los dos mejores amigos que he tenido en la vida son de Cruz Azul, quizás Dios es sabio, él nos hace y nosotros nos juntamos.
El 23 de mayo de 2013 se jugó la final de ida del Clausura 2013. Yo la vi en el restaurante Cozzaglia, una trattoria a la vuelta de la escuela rodeado de gente a la que no le gusta el futbol y americanistas. Acababa de finalizar el evento de aniversario de la Septién en el edificio de la lotería nacional y todo mundo buscaba un trago. Mi mejor amigo tenía 22 días de haber partido de este mundo y yo estaba convencido que su espíritu nos haría campeones. Aquella noche me fui a casa medio borracho pero feliz con la victoria 1-0 con gol del Chaco Giménez, el jugador favorito de mi nuevo ángel de la guarda.
Tres días después todo iba conforme yo lo había previsto, íbamos ganando la final de vuelta, con un futbolista más en el campo y sin que el América fuera superior. Inclusive entre el propio Chaco y Teófilo Gutierrez tuvieron para hacer el 3-0 global pero un maldito balón no entró a la portería después de pegar dos veces en el poste y en el delantero estando a 10 cm de la línea de gol. Casi al final los ames empataron pero una tensa calma se mantenía… hasta que un minuto antes del final un autogol nos quitaba la gloria.
No tengo dudas que aquella jugada de Alejandro Castro fue obra de mi mejor amigo, un cruzazulino enfermo por este club (tenía tatuado el escudo en uno de sus brazos), que estuvo dispuesto a renunciar a la gloria en afán de regalarle a sus seres amados (su padre y hermano son americanistas) una alegría en forma de campeonato azulcrema.
Estimado Alex Castro: si algún día llegas a leer este texto (que lo dudo) quiero que sepas que el autogol no fue culpa tuya, mi mejor amigo hizo algo desde otro plano de la existencia para que ese balón entrara y darle una breve sonrisa a quienes en esos días todavía lo lloraban.
Desde aquel 26 de mayo nos pasó de todo, pero cada tropiezo y cada pequeña revancha, como los títulos de Concacaf 2014 y Copa MX en 2018, nos ayudaron a hacer del espíritu cruzazulino lo más cercano a la definición de resiliencia. Estos años tuve que ponerme a pensar de qué manera podía seguir enorgulleciéndome de un equipo que quizás ya estaba destinado a fallar de por vida. Yo no pensaba renunciar a mi afición por el club ni por el futbol, entonces tenía que encontrar algo que me diera identidad aún en la derrota.
Encontré ese elemento en el origen del equipo y sus dueños, los cooperativistas. La historia de la Cooperativa Cruz Azul es compatible con mis convicciones sociales (marxistas) pero sobretodo aquellas de praxis vital. Fue ahí que aún en cada torneo espantoso, en cada resultado desalentador y en cada cruzazuleada, podía sentirme orgulloso de formar parte del equipo que representa a la clase trabajadora de este país y sobretodo, que nos enseña que otras formas de organización social son posibles.
Por fin, este 30 de mayo de 2021, la historia dio un giro y pudimos gritarle a todo mundo que somos campeones. Desde aquella tarde soleada de 1997 nos pasó de todo a los cruazulinos en general y a mí en particular.
Hoy solo me queda decir, gracias campeón, no por haber ganado un trofeo, esos se oxidan, sino porque me ayudaste a reafirmar mis principios de vida y sobretodo porque me has permitido compartir momentos con aquellas personas, dos en concreto, que fuera de todo lazo sanguíneo me han aceptado tal y como soy y nunca me han dejado solo.

