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| El autor de este texto hace veintitantos años, veintitantos tatuajes y veintitantos centímetros de cabello |
Cada viernes, al asistir a mis clases de maestría, un pensamiento ronda mi cabeza cuando recorro esos últimos metros antes de llegar a la universidad. A mi izquierda está la escuela donde estudié la primaria y es inevitable que empiece a hacerme las mismas preguntas siempre ¿Qué pensaría de mí el «yo» de 6 a 12 años me viera ahora? ¿Qué pensarían mis padres de aquel tiempo del «yo» actual? ¿Me reprocharían lo que he hecho con su hijo?
No cabe duda que en primera instancia ellos se encontrarían en un estado de shock ante la imagen que el Ricardo del 30 de abril del 2020 les proyecta: tatuajes en ambos brazos, pecho y espalda, cabello hasta los hombros, una cicatriz en la frente producto de un accidente de bicicleta y un golpe en la nariz, consecuencia de un choque de auto, serían lo que más van a notar.
En mucho menor medida les sorprendería que no seguí los pasos de ninguno de los dos en medicina, que en realidad escogí Periodismo pero en esa área tampoco me siento del todo satisfecho puesto que mi vocación son la Filosofía y las Humanidades. Les sorprendería que llevo diez años soltero dado que ellos a mi edad ya estaban pensando en un segundo hijo, pero eso probablemente lo pasen por alto tomando en cuenta que soy retraído, tímido y disfuncional socialmente aunque en mi defensa puedo alegarles que ellos me hicieron así.
La decepción en definitiva llegaría al enterarse que a través de los años desobedecí una y otra vez sus mandatos y planes bien intencionados para mí, lo que muy posiblemente derivó en las circunstancias actuales de mi vida. Además, peor tantito, ni siquiera lo hice negociando con ellos, sino que como el borras me aventé a hacer lo que mi corazón y muchas veces el miedo hacia ellos me indicaron.
Mis tíos y abuelos con los que también me crié quizás tendrían una visión similar a la de mis padres, aunque es probable que incluso les genere más impacto el ver que me convertí en un marxista que le encuentra defectos a prácticamente cualquier asunto de la vida, o por lo menos a la mayoría y que además no suele ir a la iglesia; aunque para su mínimo consuelo pudiera yo asegurarles que sé que Dios existe.
De mis maestros de infancia tengo poca imaginación que emplear para saber qué pensarían de mí partiendo del hecho que ni siquiera sé si me recuerden. Después de todo, tienen tantos alumnos al año que a través del tiempo nos convertimos solo en una hoja de expediente nada más, un nombre de treintaytantos en una lista que cambia año con año.
Pero todos esos juicios serían una simple piedrita en el zapato en comparación con el enfrentarme al más estricto de los jueces de mi vida: yo mismo, mi yo niño. En primera instancia y si nos pusiéramos a platicar sobre nuestros gustos él quizás estaría satisfecho porque a su yo crecido le siguen gustando muchas cosas que a él también como Dumbo, Snoopy, los Muppets, Alf, Don Gato, La Pantera Rosa, Los Caballeros del Zodiaco, el futbol, el Cruz Azul, etc.
Por otro lado se sorprendería que a lo largo de los años seguí siendo amigo de Pepe, que aprendí a tocar la batería, que tuve dos perros entre otras varias mascotas y que trabajo desde mi casa en vez de hacerlo en una oficina, una fábrica, la calle, etc. No obstante, habrá cosas que no le gustarían como el hecho de haber cambiado de color favorito del gris al azul y posteriormente al verde, de sabor de helado preferido y que ya no juego futbol con mi primo Mario porque ni siquiera nos vemos salvo un par de veces al año para cenar en Navidad y Año Nuevo.
El verdadero reto que el encuentro con ese niño presenta sería explicarle el por qué no soy lo que él quería ser de grande. ¿Cómo explicarle que no me convertí en arqueólogo como él anhelaba? ¿Cómo le digo que ni de chiste hubo alguna vez la oportunidad de ser futbolista? ¿Cómo hacerle saber que nunca excavé para encontrar un dinosaurio porque nunca fui un paleontólogo? ¿Cómo le digo al niño con traje de piloto de autos que en realidad no te interesan los coches porque te estresa manejar?
A ese infante tendría que convencerlo, y no sé cómo, que la vida da muchos giros y que después de tantos años recién estoy encontrando mi sitio en el mundo donde, entre otras cosas, mi propósito es cambiar la realidad para que otros niños y niñas si puedan ser arqueólogos, paleontólogos, futbolistas o pilotos de carreras. Y por último, lo más complicado de todo sería darle a entender que, sin ser lo que quieres ni tener todo lo que quisieras tener, puedes intentar ser feliz.

