Ángeles caídos en el Infierno, John Martin (1841)
La siguiente hipótesis, que empíricamente se ha comprobado a partir de la experiencia de una vida (aunque no muy larga), aspira a contradecir aquella cita de Sartre la cual asegura que «el infierno son los otros». Cabría antes reflexionar ¿Qué es el Infierno?
En primer orden es lo más adecuado precisar que no equivale a Inframundo. Ambos suelen compartir la categoría de sitio donde se dirigen los muertos, sin embargo el Infierno tiene una connotación de castigo o cumplimiento de una penitencia. En tanto, al otro le puede ser negada la función de reformatorio eterno. El Infierno es un destino al cual nos negamos, donde no queremos estar y lo que nos atormenta se vuelve irrenunciable y cotidiano.
El periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos escribió que para él sería “un sitio donde uno estuviera condenado a ver todos los programas de fútbol ruidosos que abundan hoy en la televisión hispanoamericana”. Es la antítesis del paraíso, mucho más fácil de ser imaginado; por ejemplo, para un genio universal como Jorge Luis Borges sería una especie de biblioteca y para un alma inquieta como Carlos Monsiváis contendría además una videoteca.
Regresando al sitio despreciable sobre el que versa este texto, el Evangelio según San Lucas señala, en voces de Abraham y un rico pecador, que es donde los tormentos tienen lugar. En la visión clásica su equivalente sería el Tártaro y la mayor obra de arte creada alrededor de este concepto es indudablemente la narración descomunal que al respecto hace el maestro florentino Dante Alighieri.
En la película epónima (2010) de Luis Estrada, el personaje de Cochiloco (Joaquín Cosío) le asegura al protegonista, Benny (Damián Alcázar), que no teme irse al Infierno ya que la vida terrenal lo es en sí. Pero no cualquiera, sino aquella donde hay que matar a sangre fría, explotar la crueldad extrema y con alevosía ejecutar cualquier acción como método de supervivencia. Cabe mencionar que esta discusión se desarrolló mientras cavaban una fosa clandestina para enterrar a quien recién habían asesinado en el contexto de la guerra narca en México.
Si tuviera que imaginar un lugar destinado a ser el Infierno, una vez la muerte entre en mi habitación, sería algo así como un Twitter donde todo el tiempo todo mundo discute de política con base en sesgos ideológicos defendidos como dogmas. Además, los interlocutores serían incapaces de llegar a un acuerdo o de perdida estar de acuerdo en que nunca estarán de acuerdo y por ello sería mejor cambiar de tema.
Allí, al igual que Salcedo Ramos señala, todo el tiempo habría en los televisores programas de futbol de la estirpe de La última palabra o Futbol Picante y por si fuera poco todos los campeonatos los ganaría el América. La comida sería pizza mexicana y tendría a periodistas de la fuente de Economía y Finanzas intentando explicar lo perfecto que es el libre mercado y la necesidad imperiosa de reformas friedmanianas. Abundarían los roedores y habría que estar vestido con ropas color beige.
Dado que el infierno en sí es imposible de saber y conocer, por lo menos hasta el día en que en una visión platónica mi alma abandone mi cuerpo, es algo más accesible hacer un ejercicio con base en la cinta de Luis Estrada y su posición que sentencia «esta vida y no chingaderas es el cabrón infierno», tal cual dictaminó Cochiloco. Todo esto dado que resulta altamente probable que cada quien experimente un averno terrenal, pero ¿es provocado por nosotros mismos o, como menciona Sartre, son «los otros»?
Primer círculo.
El Tártaro en mi vida es el sitio donde el retraimiento, la timidez y su evolución en una suerte de patología te congelan frente a todos. En El jugador, Fiódor Dostoievski describe que el personaje de míster Astley es «tímido hasta la estupidez, y seguramente se da cuenta de ello, pues no es nada estúpido». Podría yo aseverar que, de haberme conocido, el excelso escritor ruso se habría inspirado en mi persona para crear semejante categorización. La timidez me vuelve idiota.
Vivir allí es extremo, esta condición de disfunción social te lleva, entre otras cosas, a arruinar entrevistas de trabajo en vacantes prometedoras o en empresas de gran tamaño y reconocidas en el medio periodístico. Hablas con voz tan baja al grado que el entrevistador no puede escucharte, tus manos sudan excesivamente y tienes la mirada perdida en cualquier punto de la habitación, es lo que tus interlocutores ven. Vives en una esquizofrénica fantasía creyendo que muchas veces todo va viento en popa, no obstante tu exterior reafirma todo lo contrario.
Desde niño das muestras de ello. Cuando no entiendes algo que los profesores explican, nunca te atreves a pedirles que te lo repitan por vergüenza. En una situación más radical tampoco eres capaz de pedirles que te cambien de lugar a pesar de no alcanzar a ver el pizarrón. La situación se repite en secundaria y en menor medida hasta la preparatoria.
En esa misma infancia, cuando van visitas a casa de alguno de tus padres, lo primero que haces es correr a esconderte. Pasas de un instante a otro a ser un recluso porque de salir a exhibirte caerá el interrogatorio de siempre, cual vendaval, cortesía de un grupo de adultos. ¿Cómo vas en la escuela? ¿Qué quieres ser de grande? ¿Ya tienes novia? ¿Y tienes amiguitas? ¿Te gusta alguna niña? ¿Por qué no tienes novia?
Maldita la hora en que te cuestionan cada una de esas cosas, no sabes qué decir aunque la respuesta siempre es «no» o «no sé». Desconocen que no te atreves a decirle a la maestra que por favor repita cuál es la tarea ¿Cómo demonios te vas a atrever a decirle hola a alguien del sexo contrario? ¿Cómo vas a atreverte a decirle al grupo de niños del otro lado del patio que te dejen jugar si ellos no te lo han pedido todavía? Freud pudiera concluir que, a partir de lo te preguntan esos adultos, te están castrando socialmente. No te dan confianza, sus preguntas solo acuchillan.
Probablemente, sin todas esas preguntas odiosas, la caliginefobia no se aparecería en tu comunicación con mujeres y el miedo al ridículo con los hombres. No sabes de dónde viene esta timidez, quizás es un mecanismo biológico de defensa ante lo desagradable. Lo que queda claro es que te convierte en un ser estático, y al no saber comunicarte o socializar por voluntad e iniciativa propia apuestas por la soledad.
Las brazas en esta parte del averno se vuelven más incandescentes aún cuando es tu propia familia la que te echa en cara la inclinación por tu aislamiento. Te miran con condescendencia, te etiquetan de raro y algunas veces te pretenden ayudar, pero sus palabras no son más que agujas que se clavan  profundo en tu piel y te atraviesan el alma. Duelen más aún cuando, sin preguntártelo, te asumen homosexual porque novias no te han conocido a cierta edad, lo peor es que si lo fueras probablemente los juicios serían más hirientes, más dolorosos, el rechazo sería mayor.
Sin embargo, el verdadero martirio empieza recién cuando tú compras todas esas ideas y las asumes verdaderas porque todo el mundo te las repite, las achaca como defectos. «Eres raro», «eres solitario», «vives aislado y está mal». Te etiquetas como un ser errado, defectuoso y toda tu vida es una equivocación porque siempre has sido así. La gente te pide que cambies y no sabes cómo hacerlo, pero tampoco te ayudan a conseguirlo, mucho menos se apiadan dejándote simplemente ser.
¿Cómo reaccionas a esto? con la reclusión voluntaria. El mundo se vuelve un lugar incomprensible para ti, entonces a través de la soledad intentas lidiar con ello, sin embargo las agujas de terceros que te señalan como un ser inapropiado para el mundo social siguen quemándote el espíritu. El autoestima es noqueado a base de golpes de adjetivos, aunque quieres responder a cada uno te callas todo lo que tienes para decir porque eres introvertido.
Y todo va en picada hasta que aparece algo o alguien a salvarte. Así como Dante tuvo en el bosque a Virgilio, quien lo rescato de las bestias, en esta ocasión hubo un redentor que si tuvo que bajar hasta allá por mi, este se presentó a en forma del noble arte de la música, la más abstracta de las bellas creaciones del ser humano. Ella me libró del sufrimiento del infierno, me sacó de ahí y me regresó a la Tierra.
Segundo círculo
En un siguiente nivel se encuentran las adicciones. En definitiva no soy el sujeto que más se perdió en ellas, de hecho tuve amigos que murieron a causa de y otros que vivieron en la calle por, sin embargo lo hice en una magnitud tan considerable que hicieron encallar el barco de mi vida y muchas veces estuvo a punto de hundirse sin remedio.
El averno aquí es ese lugar donde dejas de ser tú, no puedes controlarte, lo que conocen de ti es una máscara y no tu verdadero ser por culpa de los malditos vicios que controlan cada centímetro tuyo. Todo empieza de niño con una cerveza, que a esa edad sabe horrible y no la quieres seguir probando. Creces, pasa una década y te vuelves a reencontrar con ella; le agarras gusto aunque en términos gastronómicos sea deficiente. La consumes porque se vuelve integrador social hacerlo, además te suelta la lengua, te desinhibe y el retraído dentro de ti se esfuma.
Descubres que todas tus inseguridades sociales se van cuando ella cae en tu cuerpo, entonces la exploras cada vez con mayor profundidad. La cerveza se vuelve tu amiga, la frecuentas cada vez más pues con ella puedes liberarte de la timidez patológica. Después pasas al vodka, al whisky y al ginebra. Todo se pone mejor, tus sentidos se alteran con mayor intensidad y entre más bebas más inconsciente te vuelves, pero no hay problema mientras llegues a salvo a casa y al día siguiente todo amanezca en calma.
Las cosas van de esa manera hasta que un día en tus tempranos veinte conoces la resaca. La sientes como una enfermedad terminal, pero después te recuperas y aprendes que es la consecuencia de tus actos, pero una que estás dispuesto a enfrentar. Lo ganado en la ebriedad vale cualquier cruda. Un día de fiesta con tus amigos y conocidos te topas con las drogas, la marihuana es lo primero y te sigues con la cocaína, la piedra, las pastillas de cualquier tipo y hasta los solventes.
Pasa el tiempo y la cantidad acostumbrada de alcohol dejan de ser suficiente, entonces te vas a lo duro: a fumar, a inhalar, a lo que caiga; de lo que se trata es estar noqueado por dentro. Quieres cambiar tu realidad, donde está mal que seas tímido, inseguro, ingenuo; anhelas que eso se derrumbe de golpe y emerja otro tú alterno. Quieres que salga el impertinente bocafloja y descarado de tu interior, pero solo es capaz de hacerlo cuando estás poseído de una sustancia.
En un principio vas a las fiestas con ese fin, de perderte de tu mismo, después estas dejan de ser suficiente y empiezas a consumir lo que sea en donde caiga, aún estando solo. Cualquier pretexto se vuelve razón válida para perder la conciencia, ¿estás triste? entonces bebe, ¿estás feliz? entonces bebe y fuma, ¿te pasó algo increíble? entonces bebe, fuma y consigue alguna pastilla.
Una tarde llegas a clase de Crítica de Cine bebido, sin darte cuenta te portas impertinente con el profesor, a los compañeros les da risa, pero por dentro estás hecho cenizas. Te sentías solo un viernes al mediodía y recurriste a una botella de mezcal para sobrellevarlo. Después, la ebriedad te posee y quieres no estar así, ni por fuera ni por dentro eres tú mismo, pero concluyes que es preferible estar borracho a sentirte olvidado; aunque ello implique ser un bufón en Basilio Vadillo a las 6 pm.
En un lapso de algunos meses pasas de vivir los mejores días de tu vida a los más infames. Una noche te avisan que tu mejor amigo desde hace 20 años acaba de morir a causa de las adicciones. Semanas después terminas la licenciatura e intentas involucrarte sin éxito en el mercado laboral. Hallas que la existencia humana es un sinsentido, no sabes qué haces en el mundo y lo único que te sirve para sobrellevarlo es beber o drogarte.
Finalmente encuentras un trabajo cuya función principal será pagarte las adicciones, que a su vez son lo que le da sentido a lo vacío de tu existencia. Así permaneces un par de años hasta que te hastías de la rutina y renuncias, entonces los ahorros se van en pagar vicios y autodestrucción. Aquí empieza lo peor.
Buscas un trabajo satisfactorio espiritualmente pero no aparece nada, entonces optas por encerrarte y autosabotearte aún más, ya te lo había dicho Daniela Pastrana, tu principal obstáculo eres tú mismo. En eso vez cómo muere tu mascota de 15 años, tus seres queridos se apartan de ti y el dolor acumulado de tiempo atrás se hace presente como una avalancha que solo es soportable con alcohol y otras sustancias. Sabes que estás en la ruina, los demás se supone lo ven, pero nadie te dice nada, nadie hace algo por ayudarte.
Te percatas que existe otra adicción más fuerte que cualquier sustancia que te metas por la boca, la nariz o las venas; el autosabotaje, la autodestrucción es una droga en si misma. Te vuelves adicto a ponerte el pie, una y otra vez, para tener pretextos válidos de meterte cualquier cosa. Ves la vida injusta porque aquellos que no merecen algo tienen lo que tú no, y se vuelve más desgarrador cuando te das cuenta que podrías hacer muchas cosas mejor que mucha gente pero ellos tienen el talento social para conseguirlo; mientras tanto tú solo sabes guardarte dentro de ti.
Y ahí, en el rincón más oscuro del Infierno aparece otra vez Virgilio, ahora no nada más en forma de música, sino de Literatura, de Cine y de Filosofía. Me rescató otra vez, de una profundidad mayor y de bestias más peligrosas y por fortuna me ha hecho llegar al purgatorio, donde doy gracias por estar. Ahora no sé cuanto tiempo estaré aquí y si requiero de otro guía para acceder al paraíso.
Por todo ello, contrariando a Jean-Paul Sartre, sostengo que el Infierno es uno mismo. En vida uno lo construye, uno se mete solo, uno tiene que salir de él. Al final, esto no es más que testimonio fidedigno de un alma rota que ya escapó dos veces de las llamas ardientes de su propias decisiones.