Escuché nombrar al Buena Vista Social Club por primera vez cuando en la televisión daban aviso sobre el recién acontecido fallecimiento de Compay Segundo, era el año 2003 y después no supe más de ellos. Nunca había tenido contacto estrecho con la música antillana dado que en mi casa lo más parecido que se llegó a escuchar fue el disco Mi Tierra de Gloria Estefan, esto en los 90.

Crecí y llegué a la edad legal para beber, una tarde de otoño me sumergía en una botella de Bacardí Oakheart al tiempo que buscaba música en internet y me encontré, o mejor dicho me encontró, por accidente El Cuarto de Tula. Me gustó tanto lo que escuché, sin embargo, no me detuve para analizarlo con mucha profundidad.

Una tarde fui a comprar películas y terminé adquiriendo un paquete que contenía tres filmes de Wim Wenders: Las Alas del Deseo, París Texas y el documental Buena Vista Social Club. El primero que vi fue este último y quedé maravillado con la historia de ese grupo de prodigios que alcanzaron la inmortalidad cuando varios de ellos estaban entrando en el invierno de sus respectivas vidas.
Una vez terminado el documental me decidí a escuchar con calma la primera producción discográfica del ensamble y ahí terminé de enloquecer. Mis oídos entraron en éxtasis al contacto con las notas que me trasladaban a la mayor de las Antillas, después de todo, la música cubana tiene la facilidad de hacerte viajar y sentir todo ese sabor. Pasaron los años y el impulso que se metió a raíz de esas canciones me terminó subiendo a un avión que me llevó a La Habana.
Chan Chan, composición de Compay Segundo es el tema que inicia el disco y no podría haber mejor alternativa. Debe ser una de las aperturas más contundentes que he escuchado en un álbum. Es tal su popularidad que los músicos callejeros de La Habana la interpretan como parte de su repertorio. Es un viaje acústico por Cuba narrado por Eliades Ochoa y el propio Compay que alcanza su clímax en cuanto la trompeta de «Guajiro» Mirabal entra en escena.
 
De Camino a la vereda irrumpe con alegría y es llevada por la dulce voz de Ibrahim Ferrer. Retóricamente es una fábula sobre el comportamiento recomendado en el matrimonio y entre sus versos incluye una mención del coro de la tradicional canción mexicana Cielito Lindo.
No es casualidad que la pieza siguiente, El Cuarto de Tula, sea probablemente la más famosa del disco y de la trayectoria del ensamble. Es una canción que sin lugar a dudas te envuelve el alma en llamas, no porque en su letra relate un incendio acontecido a causa de un accidente, sino porque aquí se escucha la magnificencia de la agrupación en toda su expresión, y particularmente destacan un estremecedor solo de laúd de Barbarito Torres y de nueva cuenta la trompeta de «Guajiro» Mirabal.

Pueblo Nuevo es el ingreso triunfal de Rubén González al álbum, donde su piano se hace presente y con suave elegancia invita a bailar a quien se deje acompañar, ya sea en La Habana, Veracruz o en la Plaza de la Ciudadela de la Ciudad de México. El productor del disco, Ry Cooder, calificó a González como uno de los mejores pianistas que escuchó en su vida y esta melodía nos deja perfectamente claro el por qué llegó a semejante conclusión.

Ibrahim Ferrer presta su voz para la interpretación de Dos Gardenias, el primero de una triada consecutiva de boleros, uno de los géneros predilectos del fallecido cantante. Soportado por una trompeta elegante, un piano sofisticado guía, a la usanza de los años 30 (década en la que Isolina Carrillo escribió la canción), el deseo de un hombre por una mujer.
¿Y tú qué has hecho? es el segundo elemento de esta tercia y el piano cede la iniciativa a la guitarra como hilo conductor de esta melancólica canción que en voz de Compay Segundo da vida a una composición de los años 20 obra de Eusebio Delfín. El ciclo de boleros finaliza con Veinte años. Es la presentación en el disco de Omara Portuondo, la reina de la música tradicional cubana y que respaldada por Compay Segundo, continúa con la nostalgia lírica de un amor que se desvanece.
La cadencia del disco se eleva un poco con El Carretero, otro viaje sonoro por la Cuba campirana, en forma de guajira, donde acompañamos a Eliades Ochoa y su guitarra para meternos en los zapatos de un guajiro (hombre de campo) que trabaja como arriero, que disfruta su entorno, y anhela conocer a alguien con quien pasar el resto de su vida.
Candela por su parte sigue la estela de El Cuarto de Tula e incendia las venas del escucha. En comparación con la canción antes mencionada, la instrumentación y la voz de Ibrahim Ferrer acompañada en coros por Eliades Ochoa, Alberto Valdés, «Puntillita» Licea, Luis Barzaga y Juan de Marcos González componen un mosaico estimulante donde resulta inevitable pararse del asiento y mover el cuerpo. El segundo punto orgiástico del disco.
A continuación le suceden dos canciones con influencia del folklore norteamericano, Amor de Loca Juventud y Orgullecida. La primera es una composición de los años 30, sigue la estela nostálgica de los boleros de la primera parte del disco y es vocalizada por Compay Segundo y Julio Alberto Fernández. En tanto la segunda es una simpática crónica de la vanidad con reminiscencias al jazz, donde se rescata enormemente que no se le haya cambiado el género al texto, originalmente escrito para una voz femenina pero cantada por el mismo Compay.
El álbum se acerca a su desenlace con Murmullo, una balada que marca el regreso al protagonismo de Ibrahim Ferrer y Rubén González. Es el mismo pianista quien acapara la atención en el danzón Buena Vista Social Club, esta, al igual que la agrupación y el álbum extraen su nombre del recinto legendario donde estos prodigios se reunían para deleitar la exigente noche habanera antes del triunfo de la Revolución.
La Bayamesa nos despide con el canto de «Puntillita» Licea, Compay Segundo e Ibrahim Ferrer acompañados por Rubén González. Esta suave criolla es una canción de uno de los más célebres trovadores cubanos, Sindo Garay. Como particularidad tiene que comparte nombre con muy famosas composiciones cubanas, entre ellas el Himno Nacional.

Un siglo y una nación se reúnen en Buena Vista Social Club, donde se descubre una experiencia auditiva sublime, sincera, sentida e inigualable; quizás el haber mantenido a estos músicos y estas canciones enlatados en la isla supuso que maduraran de forma exquisita y al momento de la desgustación nuestro oído se estremece con suculento manjar.