Que nadie se muestre hostil al Amor, porque con esto se atraería el odio de los dioses
– Platón
(El Banquete)
Hoy las calles, escuelas, centros de trabajo, centros comerciales y demás sitios donde sea factible que un grupo de personas se reúna serán un festín de color rojo, con sabor a chocolate, olor a rosas y con tacto de peluche. Esto se debe a que el calendario celebra extraoficialmente en la tradición católica a Valentín, santo romano, patrono de los enamorados, y que fue martirizado dado que a escondidas casaba a los jóvenes soldados en contra de la voluntad del emperador.
De acuerdo con Erich Fromm, a quien ya he tomado en anteriores ocasiones como referencia al escribir sobre este tema, existen diversos objetos los cuales pueden ser depositarios de nuestro amor. Maternal, fraterno, a Dios, y uno mismo son algunos de ellos, aunque generalmente el habla cotidiana de este tema suele referir a la imagen mental de una pareja, o lo que el psicoanalista alemán establece como amor erótico.
La colectividad celebra en esta fecha a este objeto amoroso en concreto y ha generado innumerables relatos entre los que destaca el mito griego el cual narra que Paris, príncipe troyano, opta por el amor (de Helena) cuando le dan a elegir entre este, sabiduría o poder. Este hecho derivó en la guerra más comentada de la historia, la de Troya, popularizada en la Ilíada por Homero… la causa de todo ese alboroto fue la elección de un hombre que deseaba a una mujer.
¿Por qué el príncipe prefirió al amor, en particular el erótico, por encima de sabiduría y poder? ¿Por qué prevaleció su predilección por Afrodita por encima de Atenea y Hera? Fromm nos diría que Paris, en tanto humano, lo hizo para poder soportar esa sensación de aislamiento y vulnerabilidad con la que llegamos todos al mundo, la separatidad, y esto dado que el amor es la única respuesta satisfactoria a este problema.
La revolución propuesta en El Arte de Amar se asemeja a la postura asumida por Copérnico en la Astronomía y Kant en la Epistemología donde cambió nuestra perspectiva del universo. Este giro copernicano planteado por Fromm establece que a diferencia de la construcción social contemporánea que establece que el amor «consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar» es en cambio una actitud que emana y depende de nosotros. Copérnico cambió la Tierra por el Sol como centro del Sistema Solar, Kant invirtió la preponderancia de sujeto y objeto al momento de conocimiento del mundo, Fromm sustenta que el amor inicia en el yo y no en el otro.
Amar, entre otras cosas consiste en dar, por lo tanto tomar la iniciativa y no esperar a ser amados de inicio por alguien más es un compromiso sin garantía alguna y cuya práctica espera producir amor también en el otro. Bajo esta premisa, cualquiera que aspire al amor no tiene que buscar que alguien se lo brinde, sino llevarlo al terreno de la acción proporcionando cuidado, respetando al objeto amado, estar dispuesto a responder por él y conociéndolo a profundidad.
Ya esta postura era evidente en El Banquete de Platón, donde el discurso de Fedro (para salir del lugar común sobre esta obra que en esta fecha siempre apela al discurso de Sócrates y las ideas de Diotima de Mantinea) señala que «el que ama es algo más divino que el que es amado, porque está poseído por un dios».
Los productos del entretenimiento contemporáneo nos suelen mostrar al amor como un impulso que se apodera del ser humano casi de forma repentina, y la propuesta frommiana es asumirlo como una actitud hacia la vida, empezando por amarnos a nosotros mismos contra toda retórica que tache esto de egoísmo. Se puede no tener pareja y amar o estar enamorado. No obstante, esta postura de praxis vital está en constante conflicto con la sociedad de consumo, en la que se dan bienes materiales solo en la medida en la que se reciben a cambio.
En un texto previo en este mismo espacio critiqué la forma en que operan las app de ligue como Tinder o Bumble dado que el énfasis está puesto en la imagen y no en la personalidad del usuario, funcionan como un catálogo de caras bonitas que impide un acercamiento real entre dos personas cuya finalidad sea el conocimiento del otro. Lo rechazo porque no me puede dar algo (ciertas bondades físicas de carácter genético u otras de carácter material), y debido a eso yo me niego a darle de mí.
En un posicionamiento maduro, donde el amor deja de ser un simple bien de cambio, no es necesario hacer match en ninguna de esas plataformas esperando que todo fluya con ese alguien y tenga un final satisfactorio, sino que cualquiera es «ese alguien» en potencia que puede ser depositario de nuestro amor.
El amor, tal como la justicia o el bien, no nada más es un sustantivo, ni amar es un verbo que sirva para embellecer la retórica propia de cada quien. Una de las más notables premisas de Fromm es que el amor es también un hábito, y como tal, requiere su ejercicio repetitivo, periódico, constante y disciplinado para su asimilación en la vida. Tal como Aristóteles lo postula en su Ética nicomaquea «una golondrina no hace verano».
Decir te amo, regalar rosas, cenar en restaurantes o vivir intimidad carnal en hoteles y moteles de paso no son en si mismas la práctica del amor. Son símbolos que pueden decir algo pero al mismo tiempo estar vacíos si no se procura día con día el cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento de la otra persona y también de uno mismo. No hay amor al otro sin amor a mí, no hay amor a mí sin amor al otro.
El 14 de febrero es un buen pretexto para meditar sobre el amor en toda su potencia y expresiones más allá de su dimensión erótica y su exposición en forma de comedias románticas o canciones melosas. Este puede inclusive confrontar tiranías, como Platón señala en voz de Pausanias o bien transformar una sociedad alienada donde el hombre es un esclavo de la maquinaria económica y se ha olvidado de él mismo en afán de satisfacer a la burocracia regente en materias política y económica.
Fromm señala que «(el amor) es el impulso más poderoso que existe en el hombre» y estaría de acuerdo con él Platón en voz de Fedro: «…de todos los dioses es el Amor el más antiguo, el más augusto y el más capaz de hacer al hombre virtuoso y feliz durante la vida y después de la muerte».

